Recuerdo que una vez, tuve una llamada de la Directora de Noticias del canal donde trabajaba, para preguntarme el porqué enfoqué la liberación de una niña secuestrada como un simple labor de la UNASE y no como un milagro de la Virgen del Quinche como la familia lo atribuía.Ese cuestionamiento me permitió entender que mi fé y el periodismo no iban de la mano y ocasionó que evite las coberturas de caracter religioso hasta hoy. Cuatro años después me animé a ir a la procesión de Viernes Santo para conocer aquel sentimiento que mueve montañas y permite a la gente ganar fuerzas para caminar por la ciudad descalzo en pleno asfalto.
En la calle Vargas y Riofrío ubicada en el Centro de Quito, descubrí un rostro nuevo, marcado por la fe de miles de personas que no dudaron en caminar con cadenas, descalzos y latigándose a cada paso para dar gracias a Dios por un milagro, por un favor, por un día mas.
Una señora de 28 años llamó mi atención, iba vestida de Cucurucho junto a su hijo que también estaba en esta peregrinación, al preguntarle el porqué de este sacrificio respondió que era su agradecimiento a Dios porque los médicos le habían dicho que su hijo no podía nacer, no debía, sin embargo, allí estaba el pequeño de 5 años abrazando a su madre y demostrando que los milagros sí existen, por eso, debía estar ahí.Luego de ver tantas demostraciones de fé, todavía cuestiono la mía y el cómo transmitir este hecho a la colectividad. Es aquí donde reconozco que la imparcialidad no existe y que mucho tiene que ver las vivencias del periodista para comentar estos hechos inexplicables, fuera de lo establecido, fuera de las reglas periodísticas que definitivamente van mas allá del saber humano.
Estas fotografías resaltan un poco la vivencia de ese día, donde aquellos sin nombre, sin rostro dejaron su mundanal vida para recordar lo maravilloso de lo espiritual y dar una lección de vida a la gente.
Procesión Cucuruchos yVerónicas
